Arcos de la Frontera es uno de esos pueblos blancos que parecen suspenderse en el tiempo, un lugar que seduce a quien lo visita con sus callejuelas empedradas, fachadas encaladas y espectaculares vistas al paisaje gaditano.
Encaramada sobre un promontorio, la localidad ofrece un entramado urbano y cultural que invita a la exploración pausada.
Entre sus joyas menos concurridas destaca la Iglesia de San Francisco, un templo que merece ser redescubierto en el contexto actual, donde la tradición y la renovación van de la mano para ofrecer una experiencia enriquecedora.