Tras el descomunal éxito de la anterior entrega, que se ha colocado como la ¡sexta! película más taquillera de todos los tiempos, era de esperar que no tardaran demasiado en seguir explotando el filón de una saga que sigue en más forma que nunca –comercialmente hablando- dieciséis años después de su primera entrega.
Cuando ya se han anunciado los proyectos de la novena y décima entrega, nos llega el octavo capítulo de la serie que baja el listón de su referente inmediato, echándose de menos sus espectaculares escenas de acción y el inevitable componente sentimental que aquí se intenta seguir explotando pero con mucha menor habilidad.
Este film vuelve a la decepcionante senda de sus primeras seis entregas, pero con el disparatado añadido de cómo convertir en una especie de James Bond a un grupo de macarras al volante. Esta delirante evolución de los personajes lastra el lánguido espíritu de una saga que ha derivado hacia el cine de acción puro y duro pero con momentos tan ridículos que abochornan al espectador más osado.
Pero la descacharrante acción, más propia del género de animación, no es lo peor de un film que toma el pelo a su público. Ni siquiera se han molestado en diseñar un guión con un mínimo de coherencia, donde abundan los diálogos “unineuronales” e infantiloides –me gustaría haber sido testigo de la cara que pusieron Jason Statham y Dwayne Johnson cuando leyeron sus diálogos por primera vez- sin ningún atisbo de rubor.
“Fast & Furious 8” es un film tan deficiente que acaba entreteniendo… si nos hemos dejado el cerebro en casa.
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Crítica por Andrés Martín