No existe empresa cinematográfica que sepa cuidar mejor su legado que la Disney. Ese es el secreto de la productora más potente e inteligente, referencia en cuanto a políticas de marketing, que continúa mandando en la industria con insultante autoridad.
Y es que parece sencillo, pero no siempre se pone en práctica. La Disney posee un interminable catálogo de joyas animadas que forman parte de nuestras vidas y la tendencia a estrenar en los últimos años versiones en imagen real no podría llevarse a cabo sin respetar el espíritu original.
Ahora que le ha tocado el turno al clásico de 1991, primer film de animación candidato al Oscar al mejor film, solo podemos reconocer el enorme acierto de actualizar para las nuevas generaciones un film mítico.
A pesar de que nada se presta al libre albedrío y toda emoción está matemáticamente calculada, “La bella y la bestia” es un film que sabe calar en la audiencia. Como si ellos fueran dueños de la pócima del éxito, todo funciona a la perfección en adecuadas dosis sin traicionar el aura de su referente.
El film resulta esplendoroso, una vigorosa celebración del cine en su faceta más familiar… recuperando esa costumbre de arrastrar a los cines a padres y a hijos para que disfruten ambos, como si no estuviera ya más que estudiado el hecho de que aquellos jóvenes de comienzos de los 90 ahora inundan las salas con sus hijos pequeños, buscando revivir maravillosas sensaciones.
“La bella y la bestia” es una manera inteligente de cuidar al espectador, un espectáculo de primera magnitud que satisface sin peros… nadie nos tiene en sus manos como la Disney, pero nos encanta.
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Crítica por Andrés Martín
