Hubo un tiempo en que las fiestas de Cádiz y algunas celebraciones callejeras se medían por la afluencia de público, es decir, cuanta más gente, mejor.No importaba entonces el efecto colateral que podía generar la llegada de una marea humana a una ciudad con tantas limitaciones. Uno de los fenómenos más sonados fue el de las barbacoas del Trofeo Carranza, donde cada agosto se alentaba a batir un nuevo récord Guinness de participación. La fiesta de las brasas duró hasta que un año, el 2005, la situación se fue de las manos con 250.000 personas participando de un desmadre nocturno consentido.